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jueves, 27 de septiembre de 2012

Los mamuts prehistóricos

Tenían el tamaño de un elefante africano, en ocasiones mayor, y una cabeza enorme defendida por unos colmillos desproporcionados y muy curvados. Las orejas eran pequeñas y la espalda, gibosa, descendía en una grupa muy pronunciada. Su rasgo más característico era una pelambre espesa, de color pardo oscuro o negro, que los defendía del frío glacial. Los últimos mamuts, los gigantes del hielo, sobrevivieron en la tundra siberiana hasta hace apenas 3.600 años. Pero durante el Paleolítico superior (35.000-10.300 antes del presente) esta especie habitaba en toda Europa, incluida la península Ibérica, su desaparición en europa se fue dando de forma progresiva desde hace 12.00 años, quedando únicamente grupos aislados en la tundra y estepas siberianas.
Su extinción es todo un misterio, existen diversas teorías sobre como la especie desapareció tan rápidamente, se ha comprobado que los cazadores prehistóricos les daban caza y esto pudo ser un factor añadido, si bien todos los estudiosos del tema acuerdan que la caza no pudo ser el factor determinante que acabó con una población que en otra época habitó la mayor parte del continente europeo. Otras teorías hablan de un virus que afectó a la población y se propagó a gran velocidad com si de un virus de gripe o ébola se tratase, si bien esta teoría hasta la fecha no ha podido ser comprobada pues no se han encontrado rastros en su ADN de dicho virus.

La explicación más razonable de la extinción de las grandes manadas no se encuentra en un súbito cambio de temperaturas, sino en una serie de inviernos muy duros. Los mamuts eran animales migratorios que se desplazaban lentamente hacia el sur en invierno, y volvían al norte en verano. Sus extraños colmillos curvados hacia adentro les servían probablemente para raspar la superficie de la nieve y dejar a la vista la hierba y los líquenes que había de bajo. Ciertamente, los animales podían vivir bajo un frío extremo, con su espeso pelaje, sus orejas pequeñas y sus jorobas de grasa que, como las del camello, almacenaban energía. Pero quizá un exceso de frío les impidió en un momento dado rascar el suelo a la profundidad suficiente para encontrar alimento. Si esas condiciones se repitieron durante decenas o cientos de años, era lógico que las manadas disminuyeran e incluso desaparecieran.

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